martes, 24 de noviembre de 2009

UNA DECLAMACIÓN CORRECTA AL MOMENTO DE DECIR UNA POESIA



La Declamación perfecta es aquella en la que el poeta y quienes escuchan, se comunican a través del declamador, acaso como si éste no existiera; para ello hace falta, además, disposición de los receptores.En un concurso, digamos, si el que escucha desea fervientemente que el declamador lo haga mal, para que sea otro el que gane, ya desde ese momento no habrá excelencia en la comunicación, no sentirá el éxtasis de la palabra bella, aunque los jueces lo califiquen como la perfección completa; por eso, muchos prefieren disfrutar de las declamaciones, sin “irle” a ningún participante en un certamen.

Cuando un declamador se mueve como león enjaulado en el escenario o, por el contrario, se queda como fijo al estrado, adopta alguno de los extremos incorrectos en lo que a movimiento se refiere; los pasos, como la mímica, deben apoyar a la palabra, pero nunca dominarla. Cierto es que debe hablarse con todo el cuerpo, pero con moderación; el gesto en el declamador debe ser el resultado natural de su personalidad y de su mensaje.
Los movimientos son parte de la belleza que expresa la palabra, no el cuerpo. La excelencia se consigue con la práctica y un poco de previsión; debe ser integral, es decir, armonizar con la totalidad de los elementos constitutivos de este arte, desde el gesto del declamador hasta la naturaleza del público. Quiero hacer hincapié en la naturalidad, es decir, la concordancia de los movimientos con el conjunto integral, físico, temperamental y conceptual del declamador. Lo que no aparezca como un brote natural del momento y de la idea, está mal hecho, por lo que todo intento de imitación es desaconsejable (cuidado con los niños; un modelo es siempre útil, pero bajo el beneficio de una adaptación, de una transposición).

Muy importante es la variedad, para evitar la repetición insistente que aburre. La mímica debe ejecutarse según lo que se dice, pero no se caiga en el error de pensar que pueden existir tantos movimientos como ideas. El universo de la mímica es limitado en relación con el pensamiento, así que no se busque forzadamente. Las piernas ni los brazos deben estar pegados, ni muy abiertos. Al subir o bajar del estrado, conviene marchar con naturalidad y elegancia, sin rapidez; antes que digas palabra alguna, que se sienta: ése es bueno. Al ubicarse, es aconsejable hacerlo en el centro del escenario y situarse lo más cerca posible del auditorio, sin echársele encima ni hacer equilibrios al borde.

La capacidad de variar el tono, la intensidad, el alcance, la velocidad, la entonación y las pausas se llama flexibilidad, muy importante para darle a la Declamación una fisonomía atrayente. Una voz monótona, siempre igual, que no se modifica a lo largo de una disertación, fastidia la atención del público y provoca el desinterés.

Si quieres ser atrayente al declamar, tu voz debe ser flexible y trasuntar la variación y modalidades intelectuales, morales y sensibles de nuestra personalidad propia. Mostremos toda la nobleza de nuestra alma al declamar, con sinceridad. Podemos acudir al recurso de mirar fijamente a una persona por un instante, pero transmitiendo que vemos a cada oyente con este hecho; no sigamos con aspereza en la mirada.

Los grandes transmisores de la palabra, ya sea en la Oratoria como en la Declamación, lo han sido principalmente por el deseo de decir su mensaje; recordemos el caso de Abraham Lincoln, quien era un pésimo orador y un auténtico fracasado, si consideramos el número de veces que intentó algo y no lo logró; ¡ ah !, pero cuando se trataba de expresar su sentir por la libertad del hombre y la igualdad del mismo, el señor se transformaba en el más grande; hablaba su boca, pero mandaba su corazón y el sentimiento que nacía del espíritu y, cada movimiento de sus extremidades y cada gesto, eran algo absolutamente natural, sólo para enfatizar.

TAREAS
SEGUNDA PARTE DE LA DECLAMACIÓN EN PERSONAL SOCIAL
EJERCICIOS EN EL CUADERNO DE MATEMÁTICA

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